lunes, 30 de mayo de 2011

Moonlight Sonata

El dulce sonido de aquella melodía perfecta, armoniosa, agradable y deliciosa se repetía una vez más en mi mente. Nunca dejaba de cansarme.
Para los días malos, aquellos en que prefieres no haberte levantado, resulta tan desagradable, que decides dejar que tu mente siga y siga sin que pueda llegar a ningún sitio en concreto. Para los buenos días, aquellos en que regalas una sonrisa sin explicación, que sientes aquel no sé qué en lo más profundo de las entrañas, pero que no supone un sentimiento desagradable, todo lo contrario, es algo que te llena, que te hace más viva.
Aquella melodía... ¡es sin más una melodía! Un conjunto de sonidos, incluso ruido para algunos, pero era aquel conjunto de sonidos que hacía sentirme como otra música no podía hacerlo.
Para aquellos días en que todo te supone un reto, algo nuevo, algo que nunca has
probado, que jamás has podido regocijarte porque no has podido saborearlo con lentitud. Nunca has podido determinar que sabores y sensaciones te provoca. Como si fuera una principiante de la vida, del día a día.

No entendía como ahora aquella melodía no podía provocarme ni una pizca de sentimiento. Decidí abrir aquella preciosa cajita de madera para iniciar de nuevo mis pequeñas aventuras.

Realmente, aquella cajita era de lo más hortera que podía tener una chica de mi edad. A mis 29 años, vivía sola en un minúsculo piso de estilo gótico, simulando las características de la catedral de Notre-Dame, en el cuarto distrito rodeada por las aguas del río Sena. Y a pesar de lo chiquitín que resultaba ser aquel piso, era mi piso. ¡El piso de Lara situado en París!

Redonda, de pequeñas dimensiones, con tonos rojos,granates y negros y con una bailarina acomodada encima, sin ningún miramiento. Parecía que hubiese sido pintada por un niño de tres o cuatro años, pero aún así no dejaba de ser mi cajita, aquella que producía aquella dulce melodía.

No hay comentarios:

Publicar un comentario